LAS ARRIBES VISTAS DESDE LAS ARRIBES

Más espectacular que ver Las Arribes desde la penillanura, la parte superior, es sumergirse en ellas, descendiendo hasta las mismas «arribes» (las mayúsculas y minúsculas son utilizadas para diferenciar Arribes como comarca, de arribes como talud, escarpe, laderas del cañon).

Aquí mostramos algunos de los paisajes que podemos encontrarnos desde esa perspectiva. Como en todas las rutas, lo mostrado es un punto de vista personal, al que se pueden añadir varios miles de millones más, uno por cada persona del planeta.   

De lo que si hay que avisar es que merece la pena pasar un día entero allí abajo. Cójase una buena provisión de pan de hogaza, bien de embutido, y todo ello regado con vino, agua o lo que se prefiera (pero que no falte de nada, y dejemos las cosas tal como las encontremos, recogiendo las sobras del animal (y que me perdonen los animales), que ha pasado delante y que las ha dejado allí), y dispongámonos a pasar un día relajado en un clima de lo más benigno que nos podamos encontrar.

Mientras voy sacando tiempo de no se donde, he aquí unas instantáneas tomadas para el solaz disfrute de ojos ávidos de nuevos paisajes.

Para poder bajar, lo más cómodamente posible, habremos de partir desde el vértice geodésico que queda a la derecha de la ermita (donde dejaremos el coche, si lo hemos traído hasta aquí). Junto a la piedra caballera que sujeta dicho vértice arranca un camino que será por el que realizaremos nuestro itinerario. Dicho camino estaba siendo desbrozado la última vez que estuve por allí, pero la idea era hacerlo entero (o eso me han dicho) hasta salir por el otro lado de la ermita.

Según empezamos nuestro descenso, hemos de ir fijándonos en los paisajes que, de vez en cuando, nos van mostrando los huecos entre cantiles. Este es uno de los ejemplo que nos podemos ir encontrando en esos «miradores». La ladera que tenemos enfrente es nuestra vecina Portugal. Se observa claramente, marcado sobre el material granítico, un arroyo. Parecen las arterias, o venas, que surcan esta transfronteriza comarca de Las Arribes. En realidad lo son: son las arterias por las que discurre el agua que ha conformado todos estos relieves y paisajes.

También, según vamos descendiendo, podemos ir asomándonos al río Duero, verdadero cuchillo que ha diseccionado toda la región. Los cantiles pétreos se empiezan a mostrar en todo su esplendor. Por cierto, aquí podemos ver un claro ejemplo de piedra caballera: un bolo granítico ha sido erosionado hasta quedar «colgado» encima de otras rocas.

Las formas que nos vamos encontrando pueden ser de lo más sorprendentes, todas ellas producto de la erosión granítica. Estamos en uno de los enclaves puramente graníticos de Pereña, lo que da unas formas de relieve típicas de este material.

Llegamos al punto de inflexión del camino. A partir de este momento, y tras la bajada, el camino discurrirá más o menos paralelo al cauce del río, sin grandes desniveles. Estamos por encima del Picón de la Tabla, donde el Duero describe un gigantesco meandro para evitar la dureza del material granítico que constituye el Teso de la ermita. En el tramo curvo descrito por el río, desemboca el Arroyo de los Cabrones, paraje donde se localiza la «playa fluvial» de Pereña. Dichas formaciones vienen motivadas por el trazado sinuoso del río. En las zonas concavas la corriente fluvial arranca los materiales de esa orilla, depositándolos en la parte convexa. El motivo: los cambios de velocidad del agua, según la curvatura del giro.

Como podemos ver, el Duero se muestra a nuestros pies, mientras los enormes farallones nos hablan del poder erosivo del agua. Hoy es difícil de imaginar pero, hace unas decenas de millones de años, el protorío Duero, surcaba estos parajes por la parte superior de los cantiles

Esta foto, si bien tenía que haber sido la que abriera este apartado, la he dejado para lo último por una sencilla razón: es la Fuente Santa. La leyenda dice que un pastor que se encontraba, con su rebaño, por estos sitios se encomendó a la virgen para que aliviara la sed que sentía. La virgen, apiadándose del pastor, le mostró el sitio que debía golpear con su bastón para que manara el agua. Repito que esta es la leyenda, si bien es cierto que aquí podemos encontrar un buen sitio para aplacar nuestra sed, siempre evidentemente que corra agua (no pretendamos encontrar agua aquí en los meses de verano. O tal vez si, depende del año hidrológico que hallamos tenido). Respetando la leyenda, pues no deja de ser parte del legado cultural de nuestros antepasados, he de decir que nos hallamos frente a un manantial sobre granito. El granito suele estar fuertemente diaclasado, fragmentado, roto, con lo que, en el momento que hay una capa continua, sin romper, el agua fluye por ella, aflorando en algún punto de la superficie. Para dar con ella solo hay que situarse mirando de frente al, a partir de ahora, renombrado vértice geodésico. A su izquierda, al otro lado del arranque del camino, y a unos 50 metros de distancia, en un ligero valle, podremos encontrar dicho manantial.